Corea
del Norte es un país que, aun por su tamaño, presenta una importante
llamada de atención al resto del mundo. El “estado de guerra permanente”
que se nos ofrece en la península de Corea parece enfocar uno de los
vestigios de la Guerra Fría que aún persisten en el siglo XXI.
A
pesar de la sucesión, Corea del Norte vuelve a las viejas prácticas y
conceptos. Aunque los sistemas de análisis parezcan que han evolucionado
se necesita un cambio, una revolución. Corea del Norte es un producto
viviente de la Guerra Fría, se sigue otorgando mayor importancia al
ejército que a cualquier otro factor social u económico, lo que ha
traído consigo el correspondiente atraso cultural y evolutivo conforme a
la globalización.
Corea
del Norte se caracteriza geográficamente por ser un país pequeño y
aislado con una masa de habitantes de alrededor de 24 millones de los
cuales más de un millón son miembros del Ejército.
Su
régimen de Gobierno parece del todo dictatorial con la presencia de la
dinastía familiar del fallecido Kim Jong-Il y su hijo menor Kim Jong-Un,
el nuevo líder supremo, el cual ha llegado a proclamarse casi como un
“semi-dios” en el país asiático.
Considerando
un régimen político como un conjunto de instituciones, organizaciones y
procesos políticos que rigen y conforman la vida política de una
comunidad, nos encontramos con que la República Popular de Corea
presenta un régimen político de carácter no democrático caracterizado,
principalmente, por un orden social represivo, carente de libertad a
costa del poder ejercido por las autoridades nacionales y la ausencia de
consenso en las relaciones políticas.
Las
masas se encuentran fuertemente adheridas al Partido de los Trabajadores
de Corea (PTC), y el partido lo está, al mismo tiempo, a las
instituciones del Estado y al Líder. La idea de la Juche, el “sujeto”,
simboliza bien esto; por medio de la misma se busca un elemento
diferenciador a la revolución que se lleva a cabo en Corea del Norte en
1955. El proceso debe ser sostenido por la responsabilidad del pueblo en
cada país y desde el zazusong o marco de independencia innegociable.
Esta ideología va calando poco a poco en las tres patas que sostendrán
el país: El Partido de los Trabajadores de Corea, el Ejército Popular de
Corea cuyos asuntos se encuentran priorizados gracias a la Juche, y la
dinastía en el poder bajo la figura del Líder.
El
Partido de los Trabajadores de Corea y su cohesión al Líder, la
ideología de la Juche y su intromisión en la esfera o espacio público y
social explicada por J. Habermas como las
discusiones públicas, tienen que ver con objetos que dependen de la
praxis del estado; el poder del estado es también el contratante del
espacio público político, pero no su parte;
el adoctrinamiento total de la sociedad; los poderes ilimitados
alcanzados por el Líder y la nueva ley suprema o Constitución Socialista
de 1972 que legitima la acción del Estado son indicios más que claros
de que la mitad norte de la península coreana padece de un régimen, a
todas luces, de carácter totalitario.
El
totalitarismo significa la destrucción de la esfera pública. Para Hannah
Arendt, introducir el absoluto en la esfera pública significa la
perdición. Un totalitarismo conlleva la destrucción de la soberanía
interior y exterior, y de la soberanía popular y estatal.
Se
presenta curiosa la posición del Líder respecto al resto del conjunto
de elementos conformadores del Estado. Como si de un sistema feudal se
tratase, la figura del “Gran Líder” encarnado primariamente por Kim
Il-Sung, posteriormente por el “Querido Líder” Kim Jong-Il y
actualmente por el “Líder Supremo” Kim Jong-un, se encaraman encima de
una pirámide social donde apenas encontramos dos estratificaciones bajo
dicha figura soberana. Si bien el Ejército Popular de Corea y el Partido
de los Trabajadores de Corea son mecanismos indispensables para la
hegemonía de Kim Jong-un, dichas entidades podrían incluso comprenderse
en el mismo estrato que el pueblo llano, es decir, el más bajo estrato.
La labor de dichas entidades parece ser meramente instrumental y, por
ende, a la orden y beneficio de la figura soberana. Si en principio
pudiera entenderse que existen tres estratos divididos entre,
primariamente, el Líder y su familia, seguidos por el PTC y el EPC y,
finalmente, en el último estrato, el pueblo raso, la realidad es que la
pirámide social norcoreana sólo presenta dos estratos: toda la sociedad y
sobre ésta, el Líder Supremo y su familia e incluso a veces, ni la
propia familia tiene la total seguridad de sostenerse en dicho estrato,
tal y como se observa respecto a Kim Kyong-hui y Jang Song-taek,
familiares de Kim Jong-un cuya misión principal es tutelar la transición
de su sobrino; si hablamos de las diferentes consortes de los líderes,
tal y como se aprecia en la pluralidad que aplicamos a la frase, su
sostenimiento en este estrato se limita hasta donde terminen los deseos
del Líder.
Resulta
arriesgado decir que este régimen autoritario tiene visos de carácter
religioso. Si bien, como venimos explicando, la estratificación social
es más parecida a un sistema egipcio o feudal que a uno propio del siglo
XXI, así como el poder encarnado en la figura del Líder y su idolatría
impuesta al pueblo llegan incluso a convertirlo en un semi-dios moderno.
Tal y
como pasara en otros regímenes dictatoriales y/o totalitarios conocidos
en el siglo XXI en países tales como Cuba o Egipto, la figura
unipersonal del dictador y sus herederos tiende a desgastarse. La figura
del joven Kim Jong-un como sucesor en el liderazgo no se considera tan
fuerte como la de su padre y, por supuesto, jamás podrá ostentar el
cargo como su abuelo.
Una
dictadura tiende a estancar la realidad de un país; si a España ya le
ocurrió respecto a Europa con el mandato de Francisco Franco, el choque
que se produce entre un fuerte blindaje dictatorial como el de Corea del
Norte y la era democrática e informativa que se da en el resto del
mundo no hace más que agrandar el retroceso del país asiático conforme a
la realidad mundial. Dicho retroceso trae consigo problemas tales como
la búsqueda de intervención humanitaria por parte de terceros países
cuya finalidad es romper la cáscara del pueblo norcoreano.
Si
bien el proceso de Kim Jong-un no fue una opción tomada a la ligera
llevada a cabo por el sistema dinástico coreano, su juventud, unida a su
inexperiencia en campos tales como la economía, la política y el
ejército, así como la cada vez más insuficiente impermeabilización del
pueblo coreano, que ya se cobrara “victimas” como el hijo
mayor de Kim Jong-Il con la visita a Disneyland Tokyo, no hacen más que
deducir que quizás dicha sucesión no consiga sus frutos.
La
sucesión, por tanto, será difícil y plagada de obstáculos afines al
régimen como los que venimos comentando. Tras la muerte de Kim Jong-Il,
tres son los supuestos que podrían llevarse a cabo: una sucesión
aceptada tanto por la familia Kim como por el ejército, por medio de la
Comisión de Defensa Nacional, y el Partido de los Trabajadores, todo
ello aderezado por la labor de los tíos Kim Young-hui y Jang Song-taek;
una sucesión, contraria a los deseos de Kim Jong-Il, con varias
facciones donde el ejército y el Departamento para la Seguridad del
Estado determinarían quien ejerce el poder siendo dichas entidades
figuras principales del sistema o régimen norcoreano; y una sucesión
fallida a consecuencia de las debilidades que venimos exponiendo durante
el texto y que recuerda a la caída del Muro de Berlín y la
desintegración de la Unión Soviética.
En
la sucesión del liderazgo norcoreano aparecen además otros factores y
problemas tales como la tecnología nuclear en manos del gobierno
asiático del país. Resulta extraño como la figura del joven e
inexperimentado Kim Jong-un puede hacer frente al deseo paterno de que
Corea del Norte se convierta en una potencia nuclear. El deseo nuclear
de Corea del Norte no es más que un grito a la mentalidad propia de la
Guerra Fría y como forma de chantaje del país asiático respecto al resto
de potencias mundiales, objetivo que no cabe ya que si la actual crisis
económica sacude el mundo con violencia, para Corea del Norte el seísmo
es incluso más pronunciado.
Los
efectos económicos que un totalitarismo prolongado trae consigo son
devastadores, y más aún cuando las técnicas de dicho país sólo se llevan
a cabo en dicho país. Un estado hermético como el de Corea del Norte
revista problemas tales como sus bajas cuotas de productividad y los
mecanismos económicos tan desastrosos que se plantean en el propio país.
Si la crisis económica sacude a territorios tan poderosos como Estados
Unidos y China, en Corea del Norte nos encontramos con circunstancias
tales como la búsqueda de labor humanitaria por otras nacionalidades a
cambio de determinadas prestaciones a las mismas; pero el problema no se
atribuye a la crisis: la crisis agrava el caso, pero él mismo existía
con anterioridad a la misma.
Los
factores anteriores, crisis y energía nuclear, nos acercan a un tercer
problema para la sucesión coreana: la globalización. Un planeta cada vez
más pequeño y con más lazos de interacción que nunca, hace que sistemas
tales como el norcoreano queden desfasados de todo punto. Si la
inexistencia de internet dentro de las fronteras norcoreanas resulta
casi un reto para el aparato de poder, el turismo, los medios de
comunicación y las diversas insurrecciones que pueden llevarse a cabo
hacen que el pueblo norcoreano abra cada vez más los ojos y observe lo
que acontece más allá de sus muros.
Si
hablamos de mirar más allá de los muros de Corea del Norte, el riesgo
para el gobierno norcoreano está asegurado, y es que la vecina región,
Corea del Sur, vence en casi todos los ámbitos gubernamentales a la
población del norte. El desarrollo tecnológico de Corea del Sur es cada
vez más amplio; gozan de un sistema democrático íntegro; económicamente
se encuentran tan dotados que son capaces de organizar y recibir unos
mundiales de fútbol, etc., todo ello bajo un protectorado de Estados
Unidos.
China,
el gigante asiático, es otro país fundamental, ya no sólo a la hora de
plantearse una sucesión en el poder norcoreano, sino en las estructuras
fundamentales del país. China es el principal valedor del régimen
norcoreano y de su economía a pesar de su distanciamiento debido a la
integración de China en el sistema internacional y por ende, aceptar las
penalizaciones estadounidenses hacia Corea. Múltiples han sido las
visitas de dirigentes chinos a Pyongyang con el fin de acercar bases.
Corea no se queda atrás y, tras la visita de importantes figuras del
ejército como Cho Ryong-hae a Pekín se observa cierta atracción hacia un
socialismo, tal y como se llevó a cabo en China, con características
norcoreanas. China no vería con malos ojos una península norcoreana
unificada bajo el mandato de Seúl.
El
papel de Estados Unidos es también importante en el dilema sucesorio. La
presencia de dos Coreas dentro de la península coreana es, en gran
parte, culpa del país estadounidense a consecuencia de su rivalidad con
la Unión Soviética en la Guerra Fría. Si bien Corea del Norte plantea a
Estados Unidos, desde 1950, propuestas tales como un Tratado de Paz para
poner fin a la Guerra de Corea; la reunificación de Corea uniendo
incluso la parte comunista con la capitalista; el final de la ocupación
estadounidense de Corea del Sur y la suspensión de los simulacros de
combate anuales de un mes de duración entre Estados Unidos y Corea del
Norte, etc., parece que a Estados Unidos no le interesan dichas
propuestas y busca por todos modos derrocar a un enemigo comunista
inexistente que, si bien saca los dientes, no pretende morder a una
superpotencia como Estados Unidos. Parece entonces que el apego por el
pueblo Chino por parte de Corea tiene otra finalidad: ¿Qué mejor arma
para disuadir al gobierno americano que una fuerte alianza con el
gigante asiático?
En
definitiva, podemos decir que Corea del Norte se presenta al panorama
internacional como una antigualla de la Guerra Fría. Con un régimen
totalitario y/o dictatorial encarnado en figuras cada vez más débiles,
la Republica Democrática de Corea parece tornar a su fin debido a la
pérdida de carisma de sus líderes y su sistema, así como los problemas
existentes en el territorio tales como la economía, la permeabilización
de las redes globales hacia el pueblo, etc., todo ello unido a que este
goloso país ha llamado la atención de los dos mayores monstruos del
mundo actual: el Águila estadounidense y el Dragón Chino.
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